Ética y psicoanálisis en arteterapia
Trabajo presentado en el Encuentro de Arteterapia del Mercosur
Tomado del capítulo Ética e psicoanálise em Arteterapia. Traducido al portugués por Liomar Quinto de Andrade. En REVISITANDO A ÉTICA Com Múltiplos Olhares compiladora Sonia M. Bufarah Tommasi. Vetor Editora. (203 págs) 2005, Sao Paulo.
“Los fenomenos morales no existen, sólo existen interpretaciones morales de los fenómenos” Nietszche, F. 2003.
- Ética.
- Psicoanálisis.
- Arte y Creación.
Introducción
El tema del posicionamiento subjetivo atraviesa este texto, desde una óptica de la ética, del psicoanálisis y de la expresión y creación artísticas. Intento rodear la temática desde cada ítem, enlazando y entramando los sentidos posibles de construir una mirada desde la ética y el psicoanálisis en los abordajes arteterapéuticos. Espero contribuir a que esa construcción se apoye en las concepciones más enraizadas de cada lector, respecto a lo que lo implica en su singularidad, en su vinculación con el otro, en relación a lo otro, al escucha de lo subjetivo y sus producciones objetivas.
- Ética.
A 1. Lo que se pone en juego desde la ética es la misma humanidad que nos constituye. Ésta se sitúa con valores que organizan la vida con otros, con los semejantes, que rigen, regulan, instituyen. Y aquí, ya estamos situados frente a un problema: hay valores universales y hay valores particulares. Aquellos valores que se encuentran en la particularidad de un universo, si se proclaman como totalidad de ese universo, estarían faltando a la ética.
La Ética se diferenciaría de la moral en la medida en que ubica la singularidad como expresión de lo universal; en cambio, la moral ordena códigos particulares que dan forma a leyes y que proponen un ordenamiento universal de todas las singularidades.
“La palabra ética viene del griego ethos, que significa costumbre, carácter. Se utiliza el término moral para describir los sistemas de valores, reservando la denominación de Ética para la disciplina que estudia dichos entes.” (Fariña, 1999).
“…se dice romper con la moral vigente, la moral tradicional, pero no romper con la ética… mientras la moral remite a cierta contingencia, la ética va más allá.” (Fariña, 1999).
“Más estrictamente, la pauta moral se corresponde con los sistemas particulares -culturales, históricos, de grupo-, mientras que el horizonte ético, si bien puede soportarse en tales imaginarios, siempre los excede. De allí la afirmación que asigna a la dimensión ética alcance universal. Pero como dijimos, lo universal-singular de la ética no puede ser colmado por ningún sistema moral”. (Fariña, pág. 56,1999).
La temática de la singularidad es pertinente al psicoanálisis y a la ética, así como al arte y por ende, al arteterapia.
Permítaseme citar distintos pasajes de un autor que -aunque muerto muy joven- ha sido un maestro que ha marcado grandemente con su singularidad a varios pensadores en la Argentina:
“El término singular esconde su enorme potencia cualitativa tras una inocente apariencia cuantitativa” (Lewcowicz, 1999.)
Él propone que no se trata de pensar lo singular-universal / particular como un mero conjunto de cantidades.
“El hecho de ser un individuo de una clase o de un conjunto no lo singulariza sino que lo individualiza como tal o cual individuo de una clase “No es más que un caso restringido de una propiedad general del conjunto. No es el hecho de ser uno el que lo vuelve singular.” (Lewcowicz, 1999.)
No se trata de una asociación cuantitativa donde lo singular es la categoría “uno solo”, lo particular sería la de “varios” y lo universal completaría la de “todos”.
Aquí nos encontramos con una diferencia que conlleva posicionamientos teóricos diferentes. No será lo mismo hablar de individuo que hablar de sujeto. El primero será pensado como dentro del conjunto de los seres humanos, cuya producción individual podrá ser tipificada, clasificada, de acuerdo a las categorías que ubican propiedades de ese conjunto. Diferentemente, un sujeto será entendido como singular en su posicionamiento, en la lógica simbólica que (lo) posee.
“Un singular no es “uno solo” porque uno sólo es uno más: un término previsible, nombrable, discernible… todos los individuos de la clase están puestos en serie por la propiedad que determina su agrupamiento, la propiedad que los admite como pertenecientes al conjunto. Podemos hablar de singularidad sólo cuando algo que se presenta hace desfallecer las capacidades clasificatorias de la lengua de la situación, cuando ese algo no se deja contar como un individuo por ninguna de las propiedades discernibles -estructurantes- de la situación. En este sentido, los términos “transgresores” tienen siempre un lugar en el universo”. Y más adelante sigue: “La transgresión de la ley, entonces es un lugar disponible de la ley: es nombrable como tal, no excede los recursos simbólicos de la situación, no pone en juego real alguno. El término será singular si no pertenece al universo en el que irrumpe, si su presentación hace tambalear las consistencias previamente instituidas. En la singularidad que irrumpe fracasan las legalidades constituidas.” (Lewcowicz, 1999.)
La singularidad se expresa en un proceso situacional, donde su irrupción destotaliza la particularidad del universo previo, exigiendo una ampliación de ese universo.
“Las singularidades no son objetividades … sino intervenciones subjetivas que producen una novedad en la inmanencia de la situación…” (no en la trascendencia de un sujeto). “De ahí que una de las condiciones de posibilidad para que existan singularidades es la posibilidad de la intervención” (Lewcowicz, 1999.)
Desde estas conceptualizaciones, una ética del trabajo arteterapéutico puede ser pensada desde una intervención subjetiva que establece a través de los objetos de los lenguajes artísticos, un lugar para la singularidad.
“Una situacion es, en principio, un universo –restringido como todos- que es ciego a la restriccion que lo funda … bajo ninguna circunstancia podría armar un todo coherente sin exclusiones. Estas exclusiones se instauran implícita y ciegamente con el acto mismo de instituir un universo, una situación, una ley o un lenguaje. Tales universo, situación, ley o lenguaje ignoran radicalmente lo que excluyen. No hay sino habitantes de situaciones, para los cuales lo que está excluido de su universo de discurso no esta reprimido ni escondido ni latente: simplemente no existe, sin más. Por eso el advenimiento singular suplementa realmente el universo de lo existente. Una singularidad es entonces, irremediablemente, un proceso situacional.” (Lewcowicz, 1999.)
Singularidad de la situación, singularidad del sujeto. Una ética de intervención que promueva el trabajo del sujeto más allá de la generalización que lo ubicara como individuo, miembro de un conjunto tipificado. El arte ofrece el espacio de la creación, de la intervención, de la situación, de la propia mirada y la de los otros, donde puede ser incluido lo excluido desde una lógica simbólica, no totalizada, que irrumpe con la fuerza de lo desconocido, de lo singular.
“De ahí se sigue que una singularidad sólo lo es para la situación en la que irrumpe y sólo si existe el trabajo subjetivo de lectura, producción y nominación…. La posibilidad de la intervención condiciona absolutamente la posibilidad de una singularidad situacional. Es necesario una intervención que nomine, que traiga al ser de la situación eso que había estado excluido a priori.” (Lewcowicz, 1999.)
Respecto de la particularidad de una ley moral, ésta pretenderá enunciar principios cuya ejecuciones dejen codificadas todas las situaciones posibles.
“Así se dirá que una ley de un código que regula exhaustivamente una situación cualquiera es siempre particular: está sometida (o suspendida) hasta la sorpresiva irrupción de una singularidad que -destotalizando como particular la legalidad del univeso previo- exija un gesto de suplementación (universalización) en nombre de una ley “más alta”.” (Lewcowicz, 1999.)
En la moral nos encontramos con un universal previo que se pretende total pero que, en la irrupción de lo singular, se revela como meramente parcial.
“El punto de singularidad vehiculiza la exigencia de una nueva ley… que deje el limitado horizonte restrictivo de la legalidad previa. El universo se ha ensanchado, se ha suplementado a partir de una singularidad. Esa singularidad, por eso mismo, era universal.” (Lewcowicz, 1999.)
Si una ley particular que se corresponda con una moral, tiene como fundamento el eje de lo singular-universal, entonces los valores que regule se hallarán en coherencia con un posicionamiento ético. Cada novedad podrá ser pensada, mirada, elaborada y no resistida, excluída, eliminada. Y una intervención -sea educativa, terapéutica, artística y/o social-, alojaría en sí la fundamental protagonización subjetiva que justificara su accionar.
A 2. Nos planteamos el problema de ¿quién es el otro? Las semejanzas y las diferencias del otro (y de uno). Nuevamente, las teorías de conjuntos organizan distintas agrupaciones conceptuales posibles. ¿Cómo tratar lo Otro, lo diferente, lo no semejante, lo extraño en la relación con el otro? Desde una lógica de lo igual, las diferencias aparecerán como subversivas, ya que desafían el órden tiránico y hegemónico establecido por aquella lógica que las excluye. Estas problemáticas son pertinentes a nuestro accionar con un otro, sea en los encuadres terapéuticos, educativos, artísticos (y en las lógicas de los niveles macro: en la cultura, las economías, las justicias, la globalización…).
A partir de ideas de Levinas:
“El Otro más que constituirse en mi diferencia, identidad deficiente en relación a la mía, es mi excepción, mi primera excepción. El Otro es aquello que yo no soy. El Otro es ser de otro modo de ser.” Una relación que se estructura en la asimetria de “concebir una relación intersubjetiva no absorbente, no fusional, no exclusiva”, en esta no camaraderia de lo Mismo y lo Otro es llamada en Levinas una relación ética. “Una relación no fusional y por tanto ética, no es más que la insistencia en la cuestión de la alteridad absoluta”. Se abre asi una mirada al prójimo que busca ni absorberlo ni traducirlo: al Otro levinasiano “se le deja ser” en la legitimidad de todas sus rarezas. “Si mirar al prójimo de una manera distinta es posible, ésta se trataría pues de una mirada no-totalizante” que busca ni encasillar, ni estigmatizar al Otro en sus diferencias. Finalmente un discurso de lo diferente y lo diverso las acogería a todas asegurándoles así un lugar de legitimidad”. “Una mirada no totalizante en definitiva sería un mundo donde lo caricaturesco, lo monstruoso, lo informe, tiene su lugar. Es decir, un mundo donde la excepción tiene su lugar.” Pues bien, lo esencial del Otro es su alteridad excepcional a toda otra alteridad. ¿Qué puede implicar hablar de excepción y no de diferencia? De partida, lo excepcional no refiere ningún privilegio identitario en relación a Otro. “No es la tolerancia que mira al Otro de lejos, sino la sorpresa que es pura proximidad del Otro.” Gutiérrez, (fragmentos) 1976; 1997.
Entonces ante la pregunta ¿quién es el otro? podemos esbozar la sugerencia que el otro es quien aporta lo nuevo, lo diferente, lo no sabido, con su singularidad. Tan singular como uno mismo, respecto del otro. El otro interviene y es quien me saca de mí, me pone a mí en mí. Es el que me pro-voca, llamándome y yo, acudiendo o no. Y la experiencia del otro hace (otra) experiencia en mí.
Somos por los otros, “No hay identidad sin la presencia de los otros. No hay identidad sin alteridad” dice M.Augé (2005).
A 3. Estamos hablando de una ética en el encuentro con el otro, en esa producción de subjetividad que nuestra acción promueve. Una ética de la vincularidad. En una mirada crítica, ese encuentro con el otro supone puestas, propuestas, apuestas y respuestas que abren campos posibles y de los que habrá que responsabilizarse. Campos posibles de lo conocido, de lo no conocido, sin las certezas de lo “a suceder” pero sí con el espacio subjetivo de que aquello que suceda nos dejará y nos hará tomar posiciones que requieran respuestas propias. Aventura en tanto producción con ese otro, diferente de mí.
¿Podrán todas ellas ser incluídas en la Ética de la Solidaridad, como llamara E.Morin al movimiento necesario en nuestra crisis social actual? Él dice -respecto de una ética de la solidaridad-, que
“los niños deben aprender a responsabilizarse por lo propio, a poder vivir en el mundo que les ha tocado en suerte, a poder descubrir cuáles son las leyes que gobiernan ese mundo; cuáles las transgresiones permitidas y cuáles las sancionadas, etc.” (Morin, 2002)
¿Podremos cuidarnos eticamente entre todos, cada uno desde su lugar: las instituciones de salud, educativas, culturales; los terapeutas, los docentes, los padres, los hijos, los amigos … donde prime el bien común más el propio -sin que requieran estar antagonizados?
Dice Morin también que deberíamos tener una aspiración a la ética cuyas fuentes sean la solidaridad, la responsabilidad, la comprensión. Pero el desarrollo social es antiético: es técnico, económico, científico. El desarrollo -explica-, es
“un concepto mutilado, se refiere sólo a lo económico. Hay posibilidades técnicas de sobra para que no haya más hambre en el mundo, inclusive hay conciencia de necesidades, pero ésta no alcanza por los poderosos intereses materiales…” (Morin, 2002)
Y retoma lo que P.Valery habla de una función clave de la creatividad. Lugar de privilegio para aquellas prácticas sociales que tengan en la creatividad, una función ética solidaria.
En el abordaje que hacemos en este escrito, recortamos la temática a ese encuentro de uno con lo otro (con lo otro del otro y lo otro de uno), dejando por fuera la ética en la política, en la justicia, en la economía, en la cultura, en el deporte, entre otras. Merecen sin duda, cada una de ellas, un tratamiento especial, que pueda demorarse en las especificidades que cada una incluye.
“En un universo en el que el mañana no está contenido en el hoy, el tiempo tiene que construirse. La frase “Durée est construction, vie est construction” de P.Valery expresa nuestra responsabilidad en esta construcción del futuro, no sólo de nuestro futuro, sino del futuro de la humanidad. Con esta conclusión, el problema de los valores humanos, de la ética, del arte incluso, cobra nueva dimensión.” (Prigogine, pág. 37 / 8, 1988.)
Aquél bien común (nuestra humanidad) es una construcción y -en lo que a la salud psíquica refiere-, debería trascender el particularismo de ciertos presupuestos entre diferencias “irreconciliables” para ubicarse en el eje de lo singular-universal, hallando un campo o zona amplia de acuerdos basales, estructurales y estructurantes. Estos acuerdos fundantes permitirían situar los intercambios y sus bordes, sus zonas de frontera, donde cupiera la diferenciación mutua, relativa, por sus puestos respectivos.
En las particulares luchas capitalistas (con sus moralidades) donde se pretende que los sujetos estén igualados con las cosas (valores del mercado) o que esos extraños – extranjeros tengan que ser como un igual o un semejante a lo conocido, con la imperiosidad de aquello “a igualar”, sólo fundamentos universalizables podrían encontrar en ese otro diferente alguien de quien podremos enriquecernos todos.
Esta aceptación – comprensión de la multiplicidad de las diferencias, posibilitaría una libertad mayor, en la que cada cual y con el otro, artífices de su propio destino, en un tiempo y espacio dados, enlaza sus redes vinculares con aquellos otros que se hallan en la misma tarea, en una ética de la responsabilidad y el compromiso. La libertad implica el enorme trabajo de la responsabilización de hacerse cargo de las condiciones que posibilitan, mantienen u obstaculizan el cotidiano vivir.
A 4. La responsabilidad se relaciona tanto con los deberes como con los derechos. En la historia de lo conflictivo, las reglas son instancias, formas de consenso social que nos preceden en cierta manera, donde se proponen ordenamientos para éste. Éstas se constituyeron por una historia que impulsó a sus actores a establecerlas. Si las reglas establecen y pautan el funcionamiento de los deberes, es para que -en su revés- sean posibles ciertos derechos (propios y del otro). El deseo y el movimiento mismo del desear propio son un derecho y ahí encontramos una responsabilidad.
Lo singular tiene una fuerza en el sujeto que puja por la claridad y discriminación desde la responsabilidad del propio querer -derecho- y del propio deber -en relación a otro-.
Los derechos que los deberes dan, deben ser apropiados (desde las voluntades por cada cual); ejercer un derecho no es un deber y nadie puede hacerlo por nosotros. Responder al deseo del otro ¡tampoco es un deber!; en todo caso será un derecho no ejercido o un sometimiento del órden de la privación de los derechos (no es una regla el amar a otro… ¡ni lo es el respirar!).
¿Dónde hallar la diferencia? Será necesario conocer lo que persiste en la semejanza para poder saber qué diferencia se procura. ¿Iguales o diferentes? ¿Quién es el otro?
Una frase conocida dice “Todos los hombres son iguales”. Pero si todos fueran iguales, daría lo mismo estar con uno que con otro; ninguno valdría por sí, ya que serían todos intercambiables. Desde el punto de vista del otro, uno mismo sería otro “igual”. Nadie pareciera querer quedar en este lugar.
Si uno vale, es porque hay algo que le es original -de su origen-, que le es propio, que es distinto de los otros: allí reside su diferencia. El valor (etimológicamente significa estar sano, fuerte) está entonces en la diferencia de lo propio, no en la igualdad con lo ajeno. No implica decir que lo igual no tiene valor, sino en relación a aquello que se busca: lo distinto, un estar diferente.
Cuando los discursos son lo mismo, se hallan detenidos en algo igual. Se repiten a sí mismos, dicen lo que ya saben, no ofrecen lugar por donde pueda filtrarse la diferencia, la posibilidad de conmoción de su saber.
La particularidad de ciertos discursos ideologizantes a nivel de la mass media, proponen una igualación indiferente a las creaciones subjetivas. El arte en ese sentido, es una vía que subvierte los criterios hegemónicos para el recupero de las estéticas que se apoyan en el valor de lo original y diferente de cada singularidad y allí hay universalidad. El arte, produce subjetividad en la capacidad de desideologizar las particularidades discursivas totalizadoras.
En cada uno de nuestros actos se pone en juego algo de lo singular – universal de nuestra propia ética; aquéllos nos confrontan con nuestros propios límites. En estos actos, subyacen (y se despliegan) ciertas concepciones particulares que muchas veces operan en un saber propio ignorado, produciendo efectos que será importante asumir. Por ejemplo, cómo uno concibe la educación, lo terapéutico, la función docente, terapéutica, la salud y la enfermedad, el desarrollo evolutivo, las propias ideas y de los otros, etc. Hablar de un saber ignorado que produce efectos, nos conduce a la lógica psicoanalítica, es decir, a la cuestión del sujeto (del latín subjectuus, puesto por debajo, sometido).
Decíamos antes que no hay identidad sin alteridad. Alter es otro. Alter ego, se traduce como
Super-yo, pero ¿no tendría que ser el otro yo?
A 5. Un punto importante a tener en cuenta es que la ética refiere a un obrar. Y un obrar no cualquiera sino aquél que implica a un otro. Entonces el problema de qué le pasa a ese otro con mi obrar llega a ser un problema ético que me implica responsablemente. Podemos pensar en que la práctica profesional educativa, terapéutica y social, como agentes de cambio, conlleva actos co-fundantes para el otro -sujeto de cambio-, al decir de Pichón-Riviere.
El arteterapeuta no trabaja con objetos, con máquinas, con números: su práctica es con sujetos, por lo tanto es co-responsable de la formación de subjetividad. Es asimismo protagonista de la construcción social en la que acciona en su trabajo. Tanto en la cura como en la educación y en los trabajos psicosociales: ¿cuáles son los criterios de modificación del otro? La aspiración a que ese otro se transforme en algo diferente de lo que es, no es ingenua y desde esta propuesta, no debiera ser ideológica sino ética.
El cuidado social – institucional – personal supone la consideración de la importancia del obrar en la intervención con sujetos. Será relevante tomar contacto con el aspecto de re-producción de las normas sociales que conforman esa construcción. De allí que el comportamiento ético se diferencie del moral, en la vía de la producción creadora, crítica, modificadora y responsable, más que en la reproducción acrítica, que no ofrece respuestas subjetivantes.
En este sentido, la práctica profesional implicaría valores y principios adecuados para tomar criterios apropiados en decisiones y actuaciones de las intervenciones en situaciones complejas y/o ambiguas, características del trabajo con la subjetividad.
Si bien somos sujetos en igualdad de derechos (por ejemplo, de expresión, de ahí el Arte es una vía de restitución de ese derecho inalienable de nuestra condición humana, de expresar, de pensar, de sentir y comunicarnos), esa igualdad refiere a la universalidad de nuestro ser simbólicos, seres de la cultura, seres sociales, seres de lenguaje. Pero esa igualdad no delimita la diversidad de lo subjetivo, de lo singular, sino que la contiene. Esa universalidad sólo puede ser expresada en la singularidad de cada sujeto. La particularidad demandaría una igualación de las diferencias, cortando, obturando, delimitando, inhibiendo y / o reprimiendo aquello que la desmarque como totalidad.
A 6. En el sentido ético, se pone en juego el ejercicio de la libertad de cómo cada uno (sujeto) quiere vivir responsablemente. Responsabilidad de hacer uso de nuestros derechos (humanos) los cuales hallan en el revés de nuestros deberes en tanto seres sociales, su condición de posibilidad. Derechos que debemos poner en juego, derechos de lo singular. El derecho no es un deber, no estamos obligados a ejercer nuestra libertad, nadie puede hacerlo por nosotros… Es como disponer de una casa y utilizar un sector restringido de ella. Depende de nosotros poder transitarla en su integridad. Nadie podrá hacerlo por nosotros, se trata de nuestra casa. En ese sentido, el derecho debe ser apropiado, así como el espacio, transitado. Y si metaforizamos la casa como el ser de uno, hay una responsabilidad de los espacios propios, singulares, cuyo ejercicio es un derecho. Aquí, nuevamente, el arteterapia ofrece un recorrido posible a realizar en el proceso de ampliar los tránsitos de la casa propia, de recorrer sus lugares, de hacerse cargo de esos espacios que están quizás inexplotados, inhibidos, obturados o cerrados. Luego, en esa casa se convivirá con otros, se hospedarán a terceros; lo intersubjetivo se apoya en el ejercicio de la responsabilidad enmarcada en la ética del encuentro con el otro.
“Si hallamos las llaves de nuestra conciencia podremos quizás entrar y habitar la casa en la que vivimos, nuestro cotidiano transcurrir.”( Reisin, A. 2002.)
No podemos encontrar responsable de sus actos a aquél que no es capaz de responsabilizarse: el niño pequeño que sin conciencia deja caer un jarrón sobre el piso, rompiéndolo en pedazos no debería de ser culpabilizado: son los mayores quienes se deben responsabilizar por él. La pregunta entonces nos conduce a por qué ese niño estuvo expuesto a un peligro para sí, por qué ese jarrón estuvo a su alcance, por qué no fue cuidado (el niño -y el jarrón, en todo caso-).
Una madre insulta y denigra a su hijo de 3 años porque no le da la mano al cruzar una calle. El niño solo escucha los gritos de reproche, escucha la bronca de su madre, pero no sabe de qué le habla, no tiene conciencia del peligro de ser atropellado. Él puede correr libremente en algunos lugares y en otros debe estar muy atento, pero aún no conoce las diferencias. ¿Se sentirá culpable por ocasionar tanto enfado en su ser querido? ¿De qué se responsabiliza la madre, si la mirada está en encontrar en su niñito la culpa de su descuido? Ejemplos como estos podemos encontrar en la cotidianeidad: cuando el bebe es alimentado y escupe la comida que ya no quiere tragar, quien lo cuida se enoja con él y hasta llega a castigarlo; cuando jugando tira algo o tiende a poner los dedos en un enchufe eléctrico, a ensuciarse con basura o a hacer sus necesidades allí donde lo percibe. La cultura encuentra vías de reproducción en las microfísicas del poder. Las miradas críticas conmueven lo instituído. Y la vincularidad, también es reproducida y produce subjetividad. Ética y moral, se confunden: singularidad y particularidad borran sus diferencias en pos de la reproducción subjetiva.
Y si seguimos pensando en la educación, los desaciertos y equívocos a los cuales todos los humanos nos encontramos en un proceso de aprendizaje, que implica un recorrido y elaboración desde nuestra singularidad, supone el proceso de responsabilización creciente y conciente de que esos saberes son los que nos van a ir constituyendo en nuestra vida de adultos.
Pero el término es controvertido: ¿de qué conciencia hablamos? Si el conocimiento nos hace responsables, nos preguntamos por las formas del saber, los accesos a los diversos saberes y los usos que de éstos podemos realizar.
Si oponemos el par Erudición versus Sabiduría para hacer trabajar los términos, nos encontraremos con diferencias respecto de ciertos sentidos en la educación, de los aprendizajes, de las relaciones con los saberes. La sabiduría, entendida como un estado de desconocimiento, de apertura a la comprensión, estado de pregunta, que sostiene la continua afirmación de su modificación. La erudición, en cambio, como aplicación del conocimiento acumulado, de tener las respuestas, de la seguridad de las certezas tecnocráticas y garantías sobre lo otro, objeto del conocimiento.
Las preguntas intentan rasgar las aparentes enterezas de las cosas.
Preguntar supone un montón de cosas previas, por ejemplo, que haya a quién formulárselas y quien las formule. O la osadía de soportar tanto las posibles respuestas como las inimaginadas. O que no aparezcan respuestas… aún. (Klein, 2004).
Homologuemos a la erudición con lo moral, como “saberes particulares con pretensión de universalidad” y la sabiduría, enmarcada en una ética respecto del pasaje singular de la subjetividad en lo universal de la necesidad de saber, de conocer, de captación del mundo, del deseo de ampliar el propio campo de la conciencia, de saciar aquella “curiosidad infantil” como la llamara Freud.
Se trataría de la “sabiduría” de una conciencia del saber-comprender en estado de devenir conocer, lógica de la complejidad y no de una “erudición” basada en un saber-información-entendimiento meramente racional, lógica causal. Estado de estática re-producción.
Y en un proceso terapéutico, lo que se pone en juego es el saber del otro sobre sí mismo, la responsabilidad de nuestros actos, que implican qué hacemos, qué sentimos, qué pensamos y dónde nos situamos, dónde queremos estar, en nuestro vivir con otros. No alcanza el tener informaciones sobre nosotros mismos para operar en el mundo con los otros.
Bottom of Form
- Psicoanálisis.
B 1. El psicoanálisis no es Uno sólo ni es entero. El Psicoanálisis conforma tanto cuerpos teóricos como prácticas – técnicas de tratamiento del sufrimiento subjetivo. Algunos psicoanalistas cuestionan inclusive el término “psicoanálisis aplicado”.
Ese cuerpo no es Uno, ya que ha producido y produce diferencias de teoría, de conceptualizaciones, muchas de ellas en campos de abierta confrontación, véase por ejemplos las críticas de la Escuela Francesa a la Psicología del Yo desarrollada en norteamérica o a la Escuela Inglesa. Se decía de un psicoanalista a quien le preguntaron en una conferencia si era freudiano, kleiniano, junguiano o lacaniano a lo cual él responde, “no soy el ano de nadie”. Notable uso del lenguaje donde se muestra cómo los términos capturan algo del otro y ese lugar es denunciado como de sometimiento y apoderamiento -en una referencia a lo anal-.
Psicoanálisis, o es un término para muchas teorías, muchas prácticas que no necesariamente se llevan de acuerdo, o es todo eso, sin que esos acuerdos (no sé si estarán todos de acuerdo), conformen Un cuerpo. Además, va cambiando según su época, su contexto socio-cultural, según inclusive las ideologías que sostengan los psicoanalistas. No son las mismas condiciones actuales que las que vieron surgir la teoría. Ésta contestaba y respondía interrogantes que hoy son otros. No pensar en una dimensión ideológica supondría un cuerpo teórico esterilizado, no contaminado, por lo tanto cuasi-esteril. Esterilizado como aislado de cualquier infección y esteril en tanto no fecundo, ya que la fecundidad de un cuerpo teórico es su “cópula” con las problemáticas -en el órden de lo práctico, de las condiciones de existencia de un colectivo social- que aparecen en el mundo.
El psicoanálisis en tanto técnica de tratamiento del padecimiento subjetivo, no se reduce a una mera aplicacion de técnicas donde el otro (analizando) ocupa un lugar de objeto al cual hay que interpretar según erudiciones de estudios previos, sino que los procesos transferenciales son ejes que producen el análisis. Y si hay un saber no sabido en lo inconciente, es desde ahí que operaría, desde el deseo de analista. Su propia moral aquí, obstaculizaría el trabajo subjetivo de la responsabilidad respecto del deseo.
Y el psicoanálisis se propone la tarea ética de restituir al Sujeto en ese que se sujeta a un psicoanálisis, para que advenga su ser deseante y no siga sometido a un Otro (fantasmático) que lo tiene sujetado.
Entonces podemos pensar ¿qué psicoanálisis? ¿Aquél que intenta reducir el sufrimiento a la determinación histórica de la resolución de los complejos nodulares de la neurosis, a saber, el complejo de edipo y el de castración? ¿O aquél que se ubica en el más allá del principio de placer, explicando cómo tánatos y eros se transan en una lucha que acaba, a la larga, con el sujeto, quien intenta demorarla lo más posible? ¿O aquél otro que encuentra en las condiciones concretas de existencia, las tramas familiares y relacionales, las funciones materna y / o paternas fallidas las causas del sufrimiento psíquico? ¿O será ese otro que refiere a las conflictivas que surgen de la adaptación del sujeto al contexto en el que está, en la lógica de la valoración y la estima propias? Hay psicoanálisis que encuentran la multiplicidad como expresiones de lo uno, otros que unifican, otros que diversifican.
Las problemáticas de la subjetividad, de los procesos de subjetivación, de los orígenes, de lo inconciente, de lo singular, de lo universal y de lo particular, tienen entonces grandes diferencias teóricas, que producen clínicas distintas.
Campo problemático, no cuantificable, solo encontrará en la singularidad de cada devenir sujetos, las razones que producen las lógicas simbólicas, en las complicaciones del vivir. Insisto: ese vivir se da con otros, otros de antes, otros actuales, otros conocidos y otros desconocidos. Otros en sí, que operan fantasmáticamente y dejando rastros… Vincularidad mediante, a cuestas.
B 2. Se dice que lo inconciente es un saber no sabido. ¡Qué difícil hacerse cargo responsablemente de esto! Un proceso psicoanalítico estaría ubicado en la ética de lo subjetivo cuya responsabilidad singular cada uno debería poder asumir, esto es, el estatuto de ser sujetos de deseo y motorizarnos por la incesante e inagotable fuente de producción subjetiva. Valga la aclaración que lo subjetivo implica al sujeto pero que no acaba en el sí mismo, la subjetividad es social.
Saber no sabido que opera, que tiene efectos. Saberes que ignoran o que producen, que hablan con actos, con movimientos, con formaciones del inconciente: actos fallidos, sueños, síntomas.
Zizek dice que es nuestra responsabilidad como sujetos, tanto la dimensión del “sabemos lo que conocemos” como la del “sabemos lo que no conocemos”; anque también ubica el campo del “no saber lo que conocemos” y del “no saber lo que no conocemos”.
El aprendizaje instituído, la educación formal -en todos los niveles-, apunta a desarrollar los saberes positivos, esto es, saber lo que conocemos y saber lo que no conocemos. La categoría de no saber lo que conocemos abre a una captación de ese saber que habita en nosotros y que aparece en las producciones que realizamos, en las relaciones, en las acciones. Si las producimos, hay un saber allí que puede sernos ignorado o extraño, pero que podemos asumir como propio. En cuanto a “no saber lo que no conocemos”, creo que es la categoría más difícil de pensar, por lo tanto de asumir. Es todo eso que uno no sabe de sí -por ejemplo-, en una situación desconocida. ¿Cómo nos posicionamos allí? Quizás podamos pensar esto apres coup, después de sucedido, en una aprehensión “a posteriori”. Algo operó en nosotros en ese posicionamiento y algo habrá para responsabilizarse.
La apuesta de historizar, de trabajar en un psicoanálisis para recaptar lo pasado, es para elaborar lo que se repite, dejando de insistir por allí, desde aquellos saberes y conocimientos a los que hacemos referencia.
Desde el arteterapia, somos responsables de los campos que abrimos para que allí se desplieguen singularidades que nosotros podemos no conocer, a veces ¡ni sospechar! pero que se habilitan en el espacio del encuadre que proponemos. (El lenguaje del arte no se reduce a los procesos psíquicos primarios y secundarios, ni a la sublimación como mecanismo. Las ideas de proceso terciario agregan algunas conceptualizaciones a lo inconmensurable de las definiciones sobre los procesos subjetivos intervinientes en el hacer artístico).
Categorías que multiplican los saberes y los conocimientos, el llamado es a la responsabilidad de los campos que se abren en la perspectivas de la implicación del sujeto en su vivir.
Esto es de fundamental importancia para la responsabilidad de un saber de lo propio y del otro en cuanto a lo que el vínculo posibilitaría, tanto entre los sujetos como entre éstos y sus objetos… El hacer arteterapéutico se mueve en estos dos frentes. Hacer con objetos que se crean en ese espacio de producción, que nos sorprenden, con los cuales nos vinculamos y hacer con otros que están allí, con nosotros, esos otros de mí. Y este hacer, tiene como premisa la Pro-Moción de la Salud. Movimiento hacia la salud.
La riqueza de la diferencia de lo otro y de los otros (lo ajeno alien, lo extraño, lo extranjero), propone conmociones a los saberes de lo mismo, de lo conocido (lo propio). Saber de sí, saber del otro para que la vida sea más rica, sea potenciada.
B 3. El psicoanálisis en tanto tratamiento surge como la cura a través de la palabra, el “talking cure”. Por suerte, encontramos otras estructuraciones discursivas en otros lenguajes (ya no exclusivamente el de la palabra) hallando en el arte otras vías regias, con lógicas propias, donde la creatividad, el juego de lo simbólico, pueden desafiar al Otro con mayúscula -esa instancia que se autovalida como enunciador de una Verdad universalizada-, que resulta obturante de una verdad del sujeto y crean una posibilidad para su surgimiento, su resurgimiento. Esos otros lenguajes tienen poderes sintetizadores, creadores de otras realidades psíquicas -como gustaba llamarlas Freud-, producen espacios de expresión, comunicación, relación con los otros -pares diferentes de mí- y son promotores y potenciadores de la salud.
En el marco de la responsabilidad tanto técnica como teórica, el arteterapeuta se encuentra con que el otro del arteterapia es un sujeto singular con quien se establece un vínculo que requiere de tener la capacidad de escucha, en pos de la labor trans-formativa, dejando que el arte, en el movimiento–saber de lo inconciente, trabaje enmarcado en una atención flotante que habilite un libre asociaren la aventura de los procesos y las producciones objetivas y subjetivas para -juntos-, “resubjetivar” lo producido.
La fuerza de lo sensible, como lógica del cuerpo en un lugar otro que el de la palabra, la sensorialidad, en tanto mirada, escucha, las sensaciones táctiles, olfativas, gustativas, cinestésicas y kinestésicas brinda e incorpora a la razón una materialidad real poderosa.
En psicoanálisis, es la abstinencia del analista lo que “pro-mueve” la asociación libre del paciente. Imagínese cuán poco fructífero sería que un paciente tuviera que medir sus palabras para el (supuesto) agrado del terapeuta. Podrían ambos llevarse muy bien, pero: ¿es lo que el paciente necesita? La ética de escuchar al otro, con lo otro. Si la escucha está sesgada por la moralidad, la visión de ese otro está obnubilada por la particularidad. Un paciente pendiente de ser aceptado por la moral de su terapeuta: ¿no sería mejor que trabajara sus propias dificultades en lugar de procurar una aceptación ilusoria? Medir las palabras es más valorado en las situaciones de dar exámenes… ¿qué hay que hacerle oír al otro?
Libertad en la asociación, que da cuenta de la lógica simbólica singular de cada cual, más ligada a los procesos de la creatividad que a los ideales del positivismo. Ya no es la objetividad de que algo sea temible, angustiante o conflictivo por sí mismo (sin referencia a un sujeto) sino el posicionamiento simbólico de éste frente a lo que lo problematiza. Somos todos singulares y he ahí nuestra universalidad.
Particular es, por ejemplo, que a los varones de tal lugar y en tal tiempo, les guste más jugar con autitos y que a las mujeres les resulte más atractivo hacerlo con muñecas. ¿Podríamos pensar que una muñeca se puede desplazar como un autito y que los autitos conversan y se visten como si fueran muñecas? Aquí podríamos pensar lo singular de qué se dispone en ese juego, qué es ese autito, esa muñeca, para cada sujeto. Si trasladamos esto al arte y al arteterapia, los árboles, las casitas y los soles no deberían tener asignados objetivos colores particulares…
En el habilitar la libre asociación, se pone en juego alojar la diferencia. Y para asumir lo propio, es relevante la voz propia y la voz del alter (del otro). ¿Qué es escuchar y escucharse? Es dar cuenta, además de los contenidos, de esa voz que habla en la emoción, de quién dice en lo que dice. Escucharse es darle lugar a esa voz, aunque quien enuncie sea otro… y eso lo implica a uno responsablemente. Escuchar al otro en su decir, escuchar lo propio en eso que se dice, inclusive, escuchar cómo es nuestra escucha del otro. Transferencia y contratransferencia, donde podemos captar y / o quedar captados por ciertos decires.
Encuentros y desencuentros de razones y emociones en tanto estamos allí para que algo se produzca con el otro, nuestra responsabilidad de escucha no se reduce a almacenar información a través del órgano auditivo.
¿Cómo es esa convivencia con las distintas emociones -cual democracia emocional subjetiva-? Voz y voto, hay en juego una cierta armonización política de las propias distintas voces. Y si escuchamos desde un posicionamiento ético, esas voces podrán dialogar en pos de la libertad subjetiva. Y aquí escuchar es mirar, tocar, sentir, palpar, gustar, oler… pensar y afectarse.
“Escuchar es correrse de lo que uno cree que es, para escuchar lo que el otro cree que es”. (Giménez, R.)
B 4. Para pensar en la salud, es imprescindible ser protagonistas, es necesario tomar un papel activo, ser responsables. Es decir, la salud no vendría desde un afuera -sea como la ausencia de agentes exteriores que producen enfermedad o como víctimas de agresiones exteriores-, sino como protagonismo que supone procesamientos (simbólicos) singulares con el mundo y nuestras condiciones culturales y materiales de existencia. Ese protagonismo, implicados en las escenas del transcurrir en la vida, no nos ubicaría como víctimas o como meros espectadores que ven lo que sucede con la “tranquilidad” de quedar afuera de las escenas, de dejar afuera de sí, lo otro.
Responsabilidad (pensada como capacidad para responder) que supone poder hacerse preguntas sobre el propio posicionamiento singular. Preguntas que impulsan al movimiento salutífero, al cuestionamiento de esas condiciones exteriores e internas que desafían la inmovilidad de las respuestas que no articulan el propio estar con el de los otros. Y el espacio del preguntar abre nuevos posibles significados, otorga nuevos sentidos: es un ejercicio de protagonización. El otro me desafía a pensar distinto en vez de quedarme con lo conocido. Pero este desafío puede rectificar o ratificar algo de mi mirada, pudiendo confrontar con esas otras diferencias cuyo resultado puede ser una síntesis superadora de mi “tesis” -mirada del mundo-. La circulación de ideas y sentires, la riqueza del intercambio, alisa el camino que la soledad separa, otorgando espacios para la solidaridad, donde la responsabilidad es la que articula a los distintos protagonistas en una intersubjetividad a construir continuamente. El espacio que el arteterapia ofrece como construcción de miradas con otros, con los objetos y las significaciones y resignificaciones subjetivas es, en este punto, altamente productor de procesos de salud.
La pregunta -como trabajo de asimilación de lo otro en uno-, abre a la propia implicación, (por lo tanto riesgosa), al posicionamiento subjetivo, a la responsabilidad.
B 5. La lógica de la culpa deja victimizado al sujeto, en la queja de lo que le sucede, por algo que se ubica en el afuera como victimario. Ésta lógica se opone a la de la responsabilidad, como trabajo subjetivo. En éste, la idea es transformar la queja en el cuestionamiento, o en una pregunta sobre sí; lo dilemático (queja) en problemático (pregunta), saliendo del lugar de víctimas-victimarios: ya no es tanto, saber quién tiene la culpa (éste proceso bien sucede también, intrapsíquicamente), sino qué es lo que se puede hacer con lo que a uno le pasa (responsabilidad de lo propio).
El dilema está signado por la oposición antagónica de sus opuestos, en tanto que el problema refiere a un conflicto cuya resolución dialéctica requerirá un interjuego – interacción entre los polos generadores de lo conflictivo, hacia una instancia superadora.
Poder realizar un trabajo de percibir y discriminar el hacer, el pensar, el sentir, se ubica desde la lógica de la responsabilidad, implica el Es. Soy responsable de mis actos, de mis ideas, de mis sentires, de lo que es en mí. Lo que me pasa no es exclusividad de lo causado por lo exterior. Si así fuera, todos los sujetos deberían responder de la misma manera y es un hecho que esto no resulta ser así. Lo que “me sucede” es mi respuesta (responsabilidad, del latín responsum, de respondere, responder desde lo propio) de ese encuentro de lo propio interno, con lo ajeno, exterior. (Aunque lo externo también es propio y lo ajeno a veces se encuentra en lo interior).
Permítaseme insistir: el límite de la responsabilidad es lo propio, lo subjetivo. Es aquello de lo cual uno puede dar una respuesta. Suponer una responsabilidad sin límites es creer en una subjetividad todopoderosa, infinita, omnipotente, o en su polo antagónico: subjetividad agotada, acabada, impotente. Límites desde lo que puedo dar respuesta: puedo esto, quiero esto. Pienso aquello, siento tal cosa. Esto sí lo puedo hacer, esto otro no. Fulano me pide que le resuelva algo, mengano me propone nuevas cosas con lo que piensa y me estimula a hacer, con sultano siento que… etc. ¿Debería poder todo con todos?
Si se ubica la culpabilidad subjetiva en el afuera (o en el adentro), el mal y el bien se hallan dicotomizados. Si uno queda en ese lugar, el opuesto queda bien localizado: el victimario es el que generó el lugar en el que uno quedó. Quedo como inocente, frente a la culpabilidad del victimario (la situación, fulano, tal cosa, uno mismo, etc.).
Se piensa normalmente que culpable = malo e inocente = bueno. No tomaremos la culpa jurídica sino aquella que hace referencia a esa instancia psíquica superyoica. Si hay culpa, debe haber castigo. Si se es inocente, debe quedar eximido de culpa y cargo. Pero desde la fantasía (omnipotente – impotente) esta lógica puede tener efectos en ciertas conclusiones, sin haber pasado por sus instancias anteriores, premisas que la justifican. Es decir, puede alguien sentirse culpable por suponer no haber cumplido con un deber ser (real o imaginario), por lo cual necesitaría recibir el castigo correspondiente.
La sensación de impotencia está ligada a la de omnipotencia (debería haber podido con todo). Poder todo o no poder nada: no hay límites ni en uno ni en otro polo. Al sentir impotencia, cabe preguntarse por el opuesto; lo “invisible” sería aquí: ¿qué idea de omnipotencia hay en juego? Las altas expectativas tienen su posible correlato con la capacidad de frustración baja.
Si uno fuera solícito con cada solicitud de los otros -sin límites-, éstos aparecerían, se instalarían -cuando trasciendan la posibilidad de reflexión y/o decisión-, desde el mismo cuerpo, desde la misma acción. Esto es, en vez de responder desde mi subjetividad, desde el límite en el que me encuentre, el límite me encuentra a mí, el cuerpo o la acción se encarga de ubicar dónde el límite debió estar. Véase como ejemplo, la irrupción de una enfermedad ocasionada por el estado de estrés emocional o las defensas bajas, producto de no haber encontrado límites responsables en el propio hacer.
El ejercicio de la libertad supone la posibilidad de la elección. Elegir, del latín eligere, de e por ex (fuera) y legere, tomar. Optar, del latín optare, es escoger. En la elección soy responsable de lo que tomo de afuera; en la opción debo escoger entre lo dado desde afuera (y es aquí donde lo proveniente de un otro se enlaza con la lógica de la culpa).
En la imperiosidad del deber ser, si no se puede cumplir con lo exigido, la causa se hallaría indefectiblemente en quien no logró satisfacer el deber, con lo cual estaría en falta (por lo tanto, culpable). En algunos casos, la necedad de la omnipotencia está cerca. Es como Debe Ser o No Es. El estar es una forma de lo que es, (sea éste bueno o malo, para bien o para mal). Y el deber ser, estipula -con sus razones- lo bueno y lo malo, normativizando lo que es, en pos de lo que debe ser.
Eso que debe ser, es tanto una forma del saber (por lo cual eso está pautado y ordenado) como una forma del ignorar (lo que sale de su control). Es una pre-suposición sobre lo más conveniente en cada caso, en un a priori. He ahí el saber y el ignorar: es imposible conocer todas las variables que intervienen en una situación social, cualquiera sea ésta. Nuevamente, la singularidad de la situación es la que puede hacer expandir el horizonte del universal hasta ese momento presente.
El deber ser, en tanto discurso obligante, lo podemos pensar como el particularismo universalizador de la lógica de la moral (compulsiva) y ésta, en tanto construcción de y con historias, con determinaciones, con deseos y con temores que le dieron existencia…, es decir, que ésta no es eterna, tuvo condiciones de surgimiento y de consenso. El “deber ser” es producto de intereses de reproducción y de control de la subjetividad social. Lo que Es, puede resultar molesto, subversivo, pero también puede ser esa excepción incluida en el sistema del deber ser, de lo pautado.
Cuando la demanda absolutizadora del deber ser se monta sobre el sujeto desmontando su subjetividad, puede encontrarse como salida infructuosa el acting out, entendido como actuación dedicada a otro, o un pasaje al acto, siendo éste un impulso irracional, sin conciencia de responsabilidad. Pero cuando hablamos de acto del sujeto, nos referimos a lo responsable de su implicación, donde ese acto lleva algo de la voz del sujeto y de su deseo.
En la aclaración de los lugares de la culpa y de la responsabilidad, se despeja el campo de las prácticas, en pos de un hacer posible -no atrapado en la imposibilidad-. ¿Cómo pensar algo viejo de una nueva manera?
B 6. El psicoanálisis trabaja con las representaciones, para que el mítico divorcio entre la representación y el afecto deje de estar en desplazamiento y condensación, en un enlace de compromiso, ligándose nuevamente representación-cosa y afecto. En arteterapia se trabaja desde el afecto, desde otras representaciones (artísticas) para luego poder, en un proceso secundario de poner palabras, de nombrar, de discriminar, ligar las presentaciones con las representaciones. A lo aparecido desde el afecto en el trabajo expresivo y haciendo el trabajo de ligadura, hay proceso secundario en juego.
Arte y terapia como medios y como fines. El lugar de las propias experiencias arteterapéuticas ubican cada uno de estos planos y el motor -el deseo de arteterapeuta-, (alineado con el llamado de lo vocacional) impulsa una praxis con un sentido ético. Praxis como prácticas y teorías que -entrelazadas-, producen una integración que tiene como fundamento el trabajo arteterapéutico. El deseo no es el anhelo, ni las ganas. Aparece enmascarado y responde a la voz del sujeto. Esa vocación -en esta función de arteterapeuta-, no es el deseo de artista ni el deseo de analista. La perspectiva del trabajo arteterapéutico se encuentra en el proceso de recupero y co-creación de la subjetividad a través de los lenguajes artísticos, como propuesta salutífera, tanto en la promoción de salud como en la prevención (primaria, secundaria y o terciaria de la enfermedad) anque en la educación, frente a la sumisión a las voces de Otros, -ajenas aunque propias-, en la que muchos sufrientes se encuentran.
El psicoanálisis postulaba en sus tiempos fundacionales, el hacer conciente lo inconciente. Los efectos de la sujeción del sujeto a las determinaciones inconcientes lo dejarían atrapado en esas expresiones que Freud usara en su artículo Inhibición, Síntoma y Angustia, inhibido en relación a los otros, con síntomas -como formaciones del inconciente, solución de compromiso entre lo reprimido y la represión-, que lo dejan padeciente y la angustia, afecto por excelencia que puede prescindir de las representaciones.
Ante la totalidad solicitada por la omnipotencia, par y revés de la impotencia, la propuesta de un tratamiento psicoanalítico es el recupero de la potencia. No se trata de la exterioridad de la elevación de la autoestima como procedimiento técnico para que el sujeto se valore, habiendo desvalorizaciones que inconcientemente se provocan. Tanto uno como otro polo de esos opuestos inmovilizan las instancias psíquicas del sujeto. Ubicar el tema del poder -usos o abusos-, de su potencia (la que fuera), supone la toma de conciencia y de responsabilidad en cuanto a los límites.
Los límites son bordes que dejan cosas por fuera y dejan cosas por dentro, así como a la vez limitan, contienen. Hay quienes solo se detienen si lo paran (con límites externos) ¿cómo podrá parar desde un límite interno?
Si de un abismo se tratara, desconocerlo y seguir adelante (corriendo – en una carrera) podría resultarle mortal. Habrá que conocer ese espacio (límite interior) para poder detenerse antes de pisar el límite (exterior). El riesgo (del bajo bretón risk, peligro, emparentado con risco, peñasco escarpado) es que aquél pueda ser el último límite, el fin.
La propia casa, podría metaforizar el movimiento entre el adentro y el afuera. Uno, como una casa: no podemos alojar a toda la humanidad, dentro de esos límites podemos desplazarnos y movernos confiadamente, intimamente.
La renuncia es a aquellas cosas que quedan marcadas por la exterioridad de ese borde. La elección es por aquello que quedaría contenido en el límite, allí hay una dimensión de posibilidad.
Ni el cuerpo ni el psiquismo son máquinas, tienen una cierta capacidad, tienen sus tiempos, sus “mecanismos” requieren de alimentos y descanso. Exigirle a una máquina rendimiento constante y encima no cuidarla, convoca a su mediato colapso. ¿Cómo son esos alimentos que necesitamos? Desde los físicos hasta los emocionales, cada cual posee requerimientos para sí de los cuales debiera poder responsabilizarse.
Asumir responsablemente una acción, decisión y / u obligación requiere una conciencia de los propios límites que se ponen en juego, así como las renuncias que hay que hacer para llevarlo a cabo. Uno no asumiría algo más allá de sus límites (por ejemplo salvar a una nación de una tragedia).
El trabajo analítico produciría la diferenciación de la culpa subjetiva de la responsabilidad. He aquí la dimensión de promoción de salud, a partir de la subjetividad, desde el propio punto de implicación: protagonismo y responsabilidad, versus culpa.
Implicarse, permite un despliegue activo de las propias fuerzas, en un obrar en el mundo, con sus límites.
Quedar implicado supone un estar donde el acto, la decisión, provienen de afuera y el sujeto se pasiviza. Desde ese posicionamiento, la culpa aparece relacionada con la omnipotencia, suponiendo la satisfacción de todas las demandas (propias y de otro).
Asumir el propio deseo, en la lógica de la responsabilidad de ser sujetos deseantes, la culpa ya no sería con algo que uno no satisficiera sino con una deuda con el deseo. En tanto asumiera el deseo por el cual esta deuda fuera una elección, tendríamos la responsabilidad (por lo deseado).
En el espacio vincular -en el eje de la responsabilidad- se tratará de hacer saber al otro sobre lo que a uno le pasa, lo que a uno le pasó con el otro y dónde se encuentra posicionado. Uno podría no poder con lo que el otro demanda. Ante un pedido del otro, lo responsable es dar cuenta de cómo uno puede respondera ese pedido. Sería irresponsable asumir con el otro algo que está más allá de los límites (por ejemplo, llevarle a dar una vuelta al mundo en 80 minutos con paradas en las ciudades más importantes…). Y uno en relación al otro, poder hacerle un pedido, no una demanda absolutista (patológica) …
Qué puedo sostener de mí – qué puedo sostener del otro, qué puede sostener el otro de sí y qué puede sostener de mí… (con el derecho que cada cual tenga de respetar sus propios límites) ¿qué puedo demandarle al otro para que me sostenga y qué es lo que el otro puede demandarme a mí para que sostenga?
El dolor se responsabiliza de sí mismo, el sufrimiento se queda aferrado y se arrastra por el desamor de otro (¿culpable de lo que le hace sentir?).
Si el otro no es todo para uno, hay cosas que quedarán afuera. Y es duro saber que hay cosas que quedan por fuera (aunque esto no es exclusión del otro). Si queda por fuera, podrá encontrar maneras de quedar adentro (siempre y cuando de ambas partes sea posible adentrarse en eso). La exclusión implica que el otro definitivamente no puede ingresar; no puede ser incluido. Demanda totalizadora que enoja, enojo demandante. Ahí, ya, el otro deja de ser quien es, para ser una máscara de ese otro de mí, nuevamente la dicotomía gobierna. En la reflexión sobre la propia implicación, encontramos la responsabilidad de la ética vincular.
Los puntos ciegos ubican una ex-plicación en lo externo, la im-plicación requiere nuestro singular posicionamiento.
Poder pensar lo “invisible” abre nuevas visibilidades. Poder preguntarse por lo que no aparece, posibilita develar aquello que mantiene y sustenta lo visible. Y a veces, preguntar por lo obvio -lo observable-, deja lugar a la aparición de lo encubierto o velado.
Se trata entonces de la responsabilidad del cuidado de lo propio y del conocimiento de sí, (referencia al libro Sobre Hermenéutica de M.Foucault) tanto de las emociones, como del cuerpo, como de los pensamientos, para aquella tríada del sentir-pensar-hacer y su dimensión de integración intersubjetiva. Conocerse para cuidarse, cuidarse para conocerse. Y conocer y cuidar al otro. Tareas pertinentes a una ética del trabajo con la subjetividad.
- Arte y Creación.
C 1. El arte ofrece vías de encuentro del sujeto en la estética que sea consecuente consigo, más allá de la particularidad de las formas estéticas instituídas, donde belleza, verdad y expresión se abrazan en una ética del sujeto, en esa singular forma que se expresa, que dice de quien la creó. Pensamos la obra artística y el obrar en el lenguaje artístico como acto ético, donde el sujeto se funda nuevamente en una acción que da a luz frente a otro, su propia posición singular, en la universalidad de la fuerza del goce estético, acto de entrega, de comunicación, expresión y creación.
La valoración de la producción artística en arteterapia va más allá de su valoración estética, se ubica en otro lugar. Dejemos al mundo de los artistas y al de los mercados que tratan y consumen sus producciones, las valoraciones estéticas (particulares) de cada grupo socio-cultural. En el trabajo arteterapéutico discriminaremos distintas valoraciones subjetivas: estéticas, éticas, personales, grupales, sociales, rescatando a la ética de la estética, al sujeto por sobre el objeto y a lo personal y lo social por sobre los intereses de mercado.
Continuando con el planteo teórico que diferencia la Etica de la Moral, la propuesta es aquí relacionarla con la Estética de la propia producción creativa. Estética: del gr. aisthetikós; de aisthanomai, sentir. Morin la define como “una relación que se establece entre el ser humano y una cierta combinación de formas”. (Morin, E. 1992)
Si recordamos que ubicamos a la moral como lo particular de un momento y lugar determinados, cuya legalidad es circunstancial, determinando pautas de comportamiento, de pensamiento, aquella relación con la producción propia estará sujeta a lo normativizado, a las modas, a la estética del “buen gusto”, de lo “aceptable”, marcando por lo tanto lo “ajeno, lo diferente o lo otro” en aquello que está fuera de la norma.
La demanda moral hacia la estética, será la de re-presentar aspectos de esa misma moral particular, de un determinado lugar / tiempo / grupo social.
Pero muchas veces se halla ésta en franca oposición con lo propio de la expresión subjetiva, atravesada por la singularidad de lo simbólico de ese sujeto (el cual posee, además, otras leyes que las de las modas estéticas).
¿Identidad (particular) o diferencia (singular)?
Las diferencias que se ponen en juego en esa -su estética-, son las gramáticas propias del sujeto: aquellas que tienen su razón subjetiva de ser (-razones de múltiples índoles-; históricas, sociales, educativas, culturales, etc.). Pensar la responsabilidad del propio discurso (anque artístico) como capacidad de “respuesta” desde la propia subjetividad, del Propio deseo, implicaría para el sujeto “hacerse cargo” del mismo. Para muchos, tomar contacto con Su propia ética de Su estética es movilizante, ya que sitúa al sujeto en otro lugar de aquel designado fantasmáticamente por un Otro, a quien se someten callada y angustiosamente. Ese Otro instaura una moral que resulta ser compulsiva, aplastante del deseo del sujeto. Deseo quizás sospechado, temido, silenciado.
El sufrimiento así generado es un fundamento de la parálisis creativa, la cual insiste en repetición, sin poder ser elaborada. El peso de las “conservas culturales” (término utilizado por J. Moreno) puede “aplastar” o detener el movimiento de la singularización del sujeto en cuanto a su expresión. En una revisión crítica de la estética puesta en juego, se puede producir la destotalización de la universalidad pretendida por el paradigma particular.
Puede ser tan pregnante esta particularidad que al mismo sujeto -aún con gran sensibilidad estética-, le resulte ajena su propia producción.
La oposición consumir / producir arte es falaz; hay quienes se consideran ávidos consumidores y nulos productores. ¿Cómo y dónde ubicar la aventura de crear? Recordemos que lo “original”, remite al origen.
¿Qué significación le atribuyen a la creación tanto “artistas” como “no-artistas”?
Quien escucha, mira, lee, siente, comprende una obra de arte, requiere de la singularidad creativa; la re-creación de la obra en cada sujeto “consumidor” es de un proceso tan singular y complejo como la del sujeto que la creó. Forma y contenido son ambas creaciones de productores y consumidores de arte. Ambos conforman algo como una cinta de Moebius (que de un lado es lo interno y del mismo, en otro momento, es lo externo).
La distancia de estos polos (consumir / producir), dilematizados y estereotipados, alejan la propia percepción de la singularidad subjetiva. En relación a la moral de su estética, su propia ética estética es degradada, justamente por no pertenecer ésta a la generalidad de la particularidad del contexto socio-cultural. Etica que debiera poder responder a la singularidad de su serhumano (Universal).
El recupero de la subjetividad, como acto ético, implica una lucha por despejar las estéticas morales de las singulares, originales, deseantes. La moda homogeneíza, indiferencia, intenta borrar la subjetividad moldeando el deseo para su consumo.
El arte abre posibles caminos para que lo propio no sea vivido como impropio, para poder poner en juego el deseo (y ubicarse en una ética de la responsabilidad subjetiva).
La utilización de los lenguajes artísticos en los procesos terapéuticos validan la singularidad de las experiencias subjetivas. Nuevamente nos ubicamos en el eje singular-universal para pensar este tópico. Que sean válidas, sugiere que tienen valor (del latín validus; valere; estar sano, fuerte). La fortaleza estaría en el soporte de la subjetivación en el andamio creado a través del arte y sus lenguajes, en ese valor. Estamos hablando de la validez de la experiencia subjetiva, no de la validez de la obra artística.
Capitalizar (del latín capitalis, forma adj. de caput; cabeza, fundamento) la experiencia, implica una vuelta de tuerca al valor que ésta haya tenido, pudiéndose adueñar y convirtiéndola en fuente de conocimiento, donde experiencia y saber co-laboran para que el ser sujeto se potencie.
C 2. Así como todos tenemos límites de los que responsabilizarnos, en el sentido del No-Todo, en el sentido de estar atravesados por la castración simbólica, en el acto de la creación se pone en juego nuestra potencia subjetiva. Ésta se opone a la lógica totalitaria del par omnipotencia – impotencia. Desde este antagonismo, la creación es impedida, es obturada en pos de una perfección pretendida o una desvalorización tiránica hacia la propia producción. La moral del arte puede estar particularmente anudada a esta polaridad.
Nuevamente, hay una ética en el recupero subjetivo de la singularidad, que abre otros horizontes potenciadores de nuestro posicionamiento y que pueden ser creados en el acto de la creación con los objetos y lenguajes de arte.
El trabajo posterior con la mirada sobre la obra -sobre lo obrado, lo trabajado-, se halla no en pos de su mejor puesta estética, sino en la entereza de su apuesta ética. Ética del protagonismo responsable subjetivo consigo y con los otros. No habría un lugar prescripto al cual hay que llegar necesariamente, ya que esa construcción con el otro es creadora de subjetividad: tener trazado el camino previamente supone la programación de por dónde devendrá su ser sujeto. El camino de un aprendizaje podrá sostener la lógica de un viaje a realizar, organizando los tiempos y los recorridos, los contenidos y las formas.
El psicoanálisis no posee prescripción de la ruta de viaje. Desde una posición moral, habría un cierto producto a lograr. Desde el arteterapia, la producción se enmarcará en esa creación, aventura de viaje con el otro y no un tour programado por las mejores ciudades. ¿Cómo le resulta pensar que un paciente se esmere en producir un hecho artístico que sea aprobado por (el buen gusto de) su arteterapeuta?
Así como la función docente es ser posibilitadora del vínculo pedagógico (tríada docente-estudiante-contenido), donde ésta posibilidad vincular será la que funcione como soporte del intercambio docente – estudiante, mediatizados por la tarea (que es la apropiación de los contenidos), la función del arteterapeuta es la de posibilitar, en ese vínculo comprometido e implicado, el trabajo subjetivo salutífero en la singularidad de los procesos con los haceres y decires artísticos. Decíamos en un trabajo anterior:
“Ser facilitador de los caminos subjetivos da cuenta de lo simbólico (…) de las representaciones artísticas, función primordial del arteterapeuta, lugar interno ligado al deseo de arteterapeuta, dejando que las cosas sean (lo que trae el otro); haciendo que las cosas pasen (lo activo-pasivo de su práxis). Dejando que algo transcurra / ocurra desde la co-construcción, la implicación y la contención que habilita el experimentar con diferentes vivencias en el vínculo intersubjetivo y con los objetos.” Reisin, A. 2005.
Psicoanálisis y ética en la educación, en la terapia, en el arte. Si entendemos como fuerza salutífera fundante el acto de la creación de los sujetos, en la coherencia que se produce por la convocatoria de la integración del hacer con el pensar y el sentir, podremos hallar una dimensión ética que relacione el psicoanálisis con el arte. El primero, en la posibilidad de dar cuenta de los procesos singulares de la subjetividad en juego, en la universalidad de nuestra constitución psíquica por el amor y cuidados del otro deseante. El segundo, el arte, en tanto fuerza de lo simbólico, síntesis de decires que pueden hallarse en la expresión de la forma creada, otorgando un singular tono en ese contenido.
C 3. ¿Cuál es el juego de relaciones entre las disciplinas que conforman la especificidad del arteterapia? ¿Es una relación ética la que se mantiene allí, en el posicionamiento de cada cual? Pensar el arteterapia como un campo complejo, abre a preguntar cómo se articulan los saberes que conforman su práctica.
Por otra parte, el Arte se encuentra enlazado con las Políticas (educativas y culturales), donde las concepciones ideológicas desde las políticas producen subjetividad en la domesticación de sus gustos, de sus estéticas. Pensemos en las enormes determinaciones que tienen las estéticas planteadas por la mass media sobre los cuerpos de los hombres y mujeres, con sus modelos ideales de juventud perpetua, estilizada, vaciada de expresión y atravesada por la imagen. Determinaciones que van desde el sentido social en el consumo de bebidas y el fumar con esas identificaciones que “protegen” a cada individuo de su singularidad heterogénea (además con modelos de la clase media), hasta los problemas de trastorno de la alimentación -por ejemplo las anorexias, que ven en la imagen del propio cuerpo enflaquecido, puro exceso de masa corporal-.
En la utilización del arte como medio expresivo y creativo, la discusión de si la producción en un lenguaje de arte ¿“es o no es arte”? habrá que dejarla a la particular erudición de los críticos de arte. No parece ser nuestra pregunta -desde la ética y el psicoanálisis-, sino se entrama con el trabajo de convocar la singularidad de lo subjetivo.
En la ética del rescate de las diferencias singulares que produce la posibilidad desde el arte de producir subjetividad, se abre el camino a poder desideologizar, teniendo un pensamiento crítico y autónomo. En este sentido, el trabajo creativo y a través del arte solicita una visión de producción de subjetividad y no de reproducción de lo demandado por la moral de la sociedad de consumo, la cual tiene pretensiones de universalidad.
Por otro lado, hay en juego cuestiones de las concepciones de hombre en relación a sus producciones y en especial a las producciones artísticas que se ligan a la cuestión ética, donde el psicoanálisis tiene mucho que decir, por ejemplos ¿qué significación tiene esa obra / producción para el propio sujeto? ¿cómo se enlaza simbolicamente ésta, con su vivencia actual y con su historia? ¿qué procesos dinámicos se propone elaborar? ¿qué resemantización es posible hacer? ¿cuál es su (singular) mirada sobre lo obrado? ¿cómo ha resultado ser ese proceso por el cual devino hasta ese momento? ¿qué asociaciones le produce lo realizado?
Conclusiones
En nuestra responsabilidad como trabajadores vinculares de la vida subjetiva, será necesario el preguntarse por cómo ve el otro en su viaje, su territorio y el mapa que debería de representarlo. Su mirar, su escuchar, su producir, su sufrir singular.
Deberíamos ejercer el derecho de responsabilizarnos de saber en qué posición de mapa y territorio está cada uno y qué hace cada uno con la posición que toma el otro…
Esto produce un interjuego de posiciones (y tengo que hacer germinar este término tan provocador en otros: imposiciones, suposiciones, reposiciones) que nos ubican (de ahí la responsabilidad) en la danza con el otro: a veces placentera, otras veces sufrida, muchas veces transgredida.
El sentido del análisis podría sintetizarse en “Dime dónde estás y qué quieres”. Poder saber dónde uno está y qué quiere. Y no saber, invita a descubrirlo, a ir por ese viaje, por esa aventura, por ese tránsito, por esos procesos. En la búsqueda de lo ansiado, lo deseado, quien se busca es lo perdido. Lo que mueve es un deseado retorno esperanzado del sí del ser. Y a través del arte, en arteterapia, uno puede encontrarse, sorpresivamente, tras un decir pintado, danzado, cantado, actuado, narrado.
A veces es necesario -metodológicamente- desentramar (es decir deshacer las tramas) lo visible, a través de ver el revés, para ver lo dicho o lo callado, lo mostrado o lo ocultado, lo exhibido o lo inhibido. Pensamiento del revés, pensamiento de tramas, sentimientos y acciones que pueden develarse en los derechos de los reveses.
Otras veces, la captación de las lógicas de las escenas vinculares, abren narrativas que pueden resignificarse desde la complejidad y la creatividad y que traen protagonicamente al sujeto que miraba una escena fuera de sí.
En la po-ética de la singularidad, se enhebran sentidos poderosos para las producciones discursivas.
La cuestión contratransferencial es una brújula que indica dónde está cada terapeuta con eso que trae el paciente, qué me pasa, dónde me impacta. Puntos ciegos, puntos visibles, lo luminoso aclara el rumbo de cómo y qué puede ser potenciado, dónde abrir una mirada creativa y creadora.
Y una ética psicoanalítica que apuesta al sujeto, se preguntará dónde está el deseo, dónde se juega, dónde se oculta, dónde grita, dónde calla.
Bibliografía:
AAVV: Apuntes de un curso con Mary Calvo, Facultad de Psicología, UBA, 2004.
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Alejandro Reisin.
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