El arteterapeuta desde adentro

El cuidado de la salud psíquica, física, social y ética… hacia una Salud Integral.

 

Alejandro Reisin

 

  1. El conocimiento – cuidado del arterapeuta. 

Sus registros: 

○ 1. Las Percepciones 

○ 2. Las Emociones. 

○ 3. Las Razones. 

○ 4. Las Ideas – Representaciones singulares del otro.

○ 5. Los Contextos. 

○ 6. El funcionamiento del Encuadre. 

○ 7. El Proceso y sus indicadores. 

  1. Lo vocacional. 
  2. ¿Cuáles son sus transformaciones en el recorrido de su aprendizaje? 
  3. Sobre la conciencia o su revés: ¿Cómo tratar las oscuridades del arteterapeuta? 
  4. El encuentro con los pares. 
  5. El conocimiento – cuidado del arterapeuta. 

Foucault (2005) retoma el famoso “conócete a ti mismo” de Sócrates, en su otra dimensión de “…cuídate a ti mismo”. Conocerse para cuidarse, cuidarse para conocerse y podríamos agregar, también para cuidar al otro, para conocer al otro.

En arteterapia, la dialéctica sujeto – objeto supone una construcción vincular donde el hacer está entramado con el sentir y el pensar. Ese hacer está simbolicamente constituido por historias, presentes, representaciones, ideas, argumentos, sensaciones, materialidades, interacciones, comunicaciones, creación y vínculos.

Esto ubica al arteterapeuta en un doble mundo, el de la vivencia de los procesos y el de la producción misma como objetividad independiente del individuo. Trabajar con sujetos, evidentemente es diferente que hacerlo con objetos, porque éstos nunca se lamentan, se quejan o se alegran de su naturaleza. Claramente, los sujetos articulan distintos procesos de objetivación, donde pueden dar cuenta de aspectos de los objetos, desde su propia subjetividad. No es solo al otro al que le pasan cosas con aquello que hace, a nosotros también nos pasan vivencias, apreciaciones, juicios, ideas, expresiones, temores, etc.

Quien cuida, tanto como quien es cuidado, cabalga entre subjetividades y objetividades, materialidades de tiempo y espacio, con sus particulares formas de recorrerlas. 

Para una  hermenéutica (aquello que refiere a la ciencia de la interpretación) que sirva como herramienta, para ese cuidado-conocimiento dialéctico, pensemos en tener diversos registros de sí: 

  1. Las Percepciones 

Los registros sensoriales (en sus cinco vías, a saber, el tacto, la visión, la audición, el olfato, el gusto). A través de estas sensorialidades -que tendremos que tener sensibilizadas para darnos cuenta del impacto que producen en nuestra singularidad-, podremos proveernos de mucha información sobre nuestro estar y el del otro. Por ejemplo, si tocamos una piel y está fría o sudorosa, si tenemos la vista nublada o nos damos cuenta que el otro no distingue contornos, si escuchamos algo muy fuerte o muy débil, si sentimos un olor agradable o no, si hay un sabor metálico o agrio en un alimento… si intuimos que nos pasa algo en una determinada situación… o que el otro está ocultándonos algo. 

Las sensaciones interoceptivas pertenecen al organismo (son difusas) y la mayoría de las veces son inconscientes y no concientes. Muchas enfermedades podrían prevenirse y/o evitarse, adiestrando estas sensaciones. Para los niños pequeños, estas sensaciones acaecen como cúmulo inexplicable que surgen de su interior. Sea el caso de cuando tienen hambre, sueño, algún dolor, por lo que pueden ponerse irritables y sentirse molestos. Si pensáramos en motivaciones más sutiles, tendríamos que ubicar allí las cuestiones emocionales y vinculares que determinan su vida.

Las sensaciones propioceptivas, son base aferente del movimiento y se perciben a través de los sentidos receptores periféricos. 

Las sensaciones exteroceptivas se agruparían en:  a). Sensaciones por contacto: tacto, gusto y b). Sensaciones a distancia: vista, oído y olfato.

Agregamos a estos registros: 

lo sinestésico (<imagen o sensación subjetiva, propia de un sentido, determinada por otra sensación que afecta a un sentido diferente; podría consistir en unir dos imágenes o sensaciones procedentes de diferentes dominios sensoriales, por ej. “soledad sonora; verde chillón”>.)

lo cenestésico (<sensación general de la existencia y del estado del propio cuerpo, independiente de los sentidos externos, y resultante de la síntesis de las sensaciones, simultáneas y sin localizar, de los diferentes órganos y singularmente l­os abdominales y torácicos>) (ambas definiciones extraídas del Diccionario de la Real Academia Española); 

lo kinestésico (refiere a habilidades físicas como la coordinación, el equilibrio, la destreza, la fuerza, la flexibilidad y la velocidad así como las capacidades auto perceptivas, las táctiles y la percepción de medidas y volúmenes). 

Dicen que el sexto sentido es la intuición. Habría aquí una captación íntegra de los sentidos, las expresiones y sus contextos, que puentea el procesamiento intelectivo y que se apoya en registros perceptivos, donde se pueden hallar lógicas subyacentes, justificando éstas la existencia de lo manifiesto. 

En nuestro recorrido vincular, las sensaciones se ligan a escenas históricas, están asociadas a ideas y se significan singularmente. Es por esto que un feo olor puede ser agradable para alguno (si está asociado a un acontecimiento feliz), o una sutil caricia puede ser vivida de manera peligrosa para otro (por ejemplo si era el anuncio de un maltrato posterior).

Es entonces, con toda esta riqueza de registros donde se expresan tanto nuestra propia implicación en el aquí y ahora de la percepción, como la del otro, la que nos ofrece un enorme campo que va más allá de la representación y el entendimiento -aunque no deja de tener efectos sobre éstas- para el cuidado y conocimiento de nuestro estar y hacer.

  1. Las Emociones. 

El término proviene del latín, e-movere, movimiento hacia afuera. Si tomamos nuestras emociones como analizadores de los estados que tenemos, podremos aprovecharlas para ampliar nuestro entendimiento y poder así cuidarnos y cuidar al otro, ya que -más allá de lo ideal de cómo debería o querría sentirse uno o el otro-, esa afectación (del afecto) nos hablará de dónde se entrama en cada cual, eso que “sucede”. 

Las emociones tienen también una historia en cada uno, con sus propios significados y escenas enlazadas. No son todos los temores, enfados, angustias, iguales en cada uno.

Las afectaciones mueven el mundo… más allá de las racionalidades que pueden ubicar lo deseable en un modelo pasado o ilusorio, la vida es compleja y no puede desentenderse de cada idea, cada acción que se entrelaza con el tamiz que producen las emociones y los distintos planos afectivos. 

Valga decir que los sucesos, los hechos, no son sin interpretación (nuevamente la hermenéutica). Claro está que para interpretar, nos proveemos de un instrumento -cual lente que nos hace ver con cierto aumento y coloración-, entonces, ¿conocemos nuestra mirada emocional sobre lo que vemos? 

Las pasiones y sus razones… el origen etimológico de pasión es el mismo que el de paciente: del latín patio, pationis, padecimiento.

Emociones, acciones, razones, conforman una trilogía indisoluble en el accionar del arteterapeuta.

  1. Las Razones. 

Si pensamos la razón como capacidad de identificar conceptos, cuestionarlos, hallar coherencia o contradicción entre ellos y así inducir o deducir otros, poder categorizar y clasificar, ordenando según criterios para poder lograr entendimiento, no podremos dejar de lado está virtud humana para el trabajo subjetivo. 

La racionalidad ubica lógicas de secuencias y producciones, de causas y efectos, de cálculos de acciones, de impactos posibles, promoviendo potencias, vislumbrando riesgos y evitando peligros. Evidentemente es una actividad que implica el pensamiento y éste es una herramienta fundamental en el compromiso de nuestro hacer. Obviamente es la actividad del juicio -como capacidad de juzgar- la que nos permite realizar evaluaciones y tomar decisiones.

Por ejemplo, poder cuidar, sabiendo que el uso de ciertos objetos puede provocar peligros en uno o el otro (desde manejar ciertos ácidos para alguna actividad plástica, hasta utilizar elementos cortantes con personas con alto nivel de agresión). O, en otro orden, saber si exponer al otro a cierta palabra, imagen, sonido o escena, que puede desencadenar en él, un cúmulo demasiado intenso para poder soportar. 

Hasta la sinrazón tiene razones que la razón no entiende…

  1. Las Ideas – Representaciones singulares del otro.

En la amplitud de nuestro registro, -fuente de conocimiento y cuidado, mediatizado por la hermenéutica que utilizamos para ese fin-, desplegamos la mirada sobre el otro, cuya experiencia de vida es distinta de la nuestra y de la cual tenemos algunos acercamientos, algunos conocimientos. Ese otro tiene significaciones entramadas en su vivir, de las cuales nosotros podemos tomar contacto con aquello que aparece, aquello que se muestra a nuestra mirada, aquello que brilla por su ausencia. 

Lo que el otro muestra no es exactamente lo que a nosotros nos llega (y vice-versa). Una expresión gestual sin movimiento emocional aparente o una búsqueda incesante con los ojos de nuestra atención, pueden ser modalidades históricas de llamar al otro o de pasar desapercibido. Estamos pensando en que las representaciones se han ido forjando a lo largo de su recorrido, enlazando emociones, experiencias, ideas, junto a otros, vincularmente sostenidas tanto por un sistema simbólico singular, creado por el sujeto, como familiar, social y cultural. 

Nuestro hacer como arteterapeutas, incluye el trabajo con lo presente, así como con sus representaciones. Lo que se re-presenta es, por definición, lo que vuelve a presentarse, a quedar frente a nosotros, entonces, trae en sí, esa presencia que ya no está sino representada, es decir, una dimensión histórica que hace lazo con lo allí puesto. Entonces, no hay representaciones desprovistas de historias para el otro y éstas están cargadas de símbolos, afectos, ideas, singularidades de las que nosotros apenas tenemos información. ¡Con todo eso trabajamos además, a través de los lenguajes artísticos!

Representaciones en imágenes, en movimientos, en gestos, en sonidos, en colores, en palabras. 

  1. Los contextos. 

Así como no hay contenido sin forma ni forma sin contenido, no es posible pensar contextos sin textos, ni textos sin contextos.

Todo decir se enmarca en algo dicho sin palabras, en espacios donde eso es posible (o no) en tiempos (materiales y simbólicos) que están atravesados por muchísimas lógicas y, en presencia de otros que intervienen, aún sin saberlo. 

Pensemos como ejemplo, cómo sería abordar una dificultad de expresar una emoción varios siglos antes en una sociedad donde ese decir podía costarle a la persona, la vida misma… o, demorarse en expresar la emoción en el momento en que un pueblo arrasado por alguna fuerza natural -que sólo requiere actuar para salvar a los seres queridos-. La pertinencia de los contextos en tiempo y espacio se visualizaría en el valor económico que hace 10 siglos pudieran haber tenido los trazos no figurativos pintados sobre una tela (de un pintor de renombre actual) o, ese mismo trabajo, estando en medio de un desierto, donde se estimara más un viaje en avión a la tierra natal, que los cientos de miles de dólares que pudiera costar esa tela.

Por otra parte, los contextos refieren a esos atravesamientos que producen efecto en la vida del otro (y en la nuestra!!!) por ejemplo, dónde vive, con quién vive, qué piensan y sienten los otros cercanos, cuáles materialidades lo sostienen, cuánto tiempo de vida le dicen que le queda…

  1. El funcionamiento del encuadre. 

El encuadre -entendido como aquellas constantes de tiempo y espacios- son la condición material del proceso, aunque no lo garantiza. Es decir, son las variables con las que trabajaremos, el dónde y cuándo, el qué y el con quién, como dimensiones que regulan y otorgan sentido a los intercambios entre Sujeto y Objeto a través del contrato terapéutico. 

En el contrato se acuerdan formas validadas de intercambio entre ambos protagonistas, dando sentido a lo que allí vaya a suceder, habilitando ciertos funcionamientos, restringiendo y excluyendo otros, los cuales quedan por fuera de dichos acuerdos (éstos pueden ser solamente verbales, no necesariamente escritos).

Las reglas del encuadre conforman, contienen y habilitan el proceso arteterapéutico, cobrando formas en las propuestas y consignas de trabajo, en los intercambios acerca de las lecturas y las validaciones que cada cual produzca con la tarea. 

Insistimos en que el encuadre es el que posibilita el proceso, protegiendo tanto a uno como a otro en el trabajo del arteterapia. En estos registros, será entonces claramente que habrá que escuchar con detenimiento, las formas de manifestación de cuando el encuadre se transgrede, se debilita o está fallando, atendiéndolo (cuidándolo y conociéndolo) para que en su fortaleza, se reestablezca el proceso mismo.  

  1. El proceso y sus indicadores. 

Las lecturas sobre el proceso de producción y sus resultados, son de una cualidad altamente veloz, incierta, potente y multidimensional.   

El cómo van sucediéndose las secuencias, los contenidos que van apareciendo, las acciones y reacciones que surgen a partir de lo trabajado, marcan trayectos que tendremos que leer, decodificar, en pos de transformarlos en indicadores del proceso.

Conocer cómo el otro va viviendo el mismo, nos prepara para las inusitadas sorpresas, nos muestra tendencias y expresa capacidades y límites sobre lo trabajado. Por otro lado, también nos da información acerca de nuestras propias potencias, temores y fantasías, acerca de lo que podría ocurrir ante ciertas posibilidades.

Para este saber del proceso, tendremos que contrapuntear los registros de la complejidad -concepto éste enredado con el riesgo, el azar, lo inesperado y lo imprevisto-, con los impactos producidos en el otro (su propia lectura del proceso) y el interjuego con la decisión y la posición de la función que desempeñamos. 

Interviene en el proceso, evidentemente, la estrategia que asumimos -somos protagonistas de nuestra propuesta-, dentro de una conciencia (entendida como registro o en el “darse cuenta”) de las desviaciones y transformaciones posibles (la incertidumbre), en pos de los fines terapéuticos a los que aspiramos.

*  *  *

Concluyendo en este pensar acerca del conocimiento – cuidado del arteterapeuta, la pregunta es: ¿Cómo cuidarse profesionalmente? 

Todos tenemos nuestros límites y posibilidades y saberlo nos hace ser responsables de nuestro accionar, de a qué nos exponemos y cuánto podemos exponer al otro. Aquí el cuidado lo pensamos como protección, no como impedimento, sí como restricción de zonas de peligro o transgresión riesgosa.

Los vínculos -como dimensión más allá de la interacción- ofrecen una dimensión de transferencia, somos para el otro alguien (interiormente) que remite a otro -no presente en cuerpo, pero sí simbolicamente-. Estamos hablando, por ejemplo, de que para el otro podamos ser vividos como alguien protector o alguien a quien temer… más allá de nuestras características personales. Lo contratransferencial es en ese sentido, brújula o indicador, orientador de nuestra posición. Aquello que el otro transfiere, proyecta y resiste en lo que ubica en nosotros, tiene una contracara que es el impacto que nos produce semejante y masiva transferencia. También solemos transferir contenidos inconcientes en los otros y la diferencia es nuestra atención vertida en utilizar las herramientas que tenemos como profesionales para que no quedemos sometidos en la pura transferencia o -desde la función profesional-, la contratransferencia, para poder cuidar y cuidarnos mejor en el vínculo terapéutico.

Por otra parte, la brújula de la que hablábamos, tiene sentido a través de la contratransferencia en tanto podamos analizar los componentes que en ella aparecen, dando claves de esa dimensión que nos toma en lo inconciente, con la conciencia que podamos verter allí.

El objeto de trabajo del arteterapeuta son instancias subjetivas y objetivas, el impacto de su  subjetividad no puede estar ajeno ya que no solo opera con obras de arte, sino con los objetos arteterapéuticos, entendiendo por tales a las producciones y las modalidades de procesos de la producción, en el marco del trabajo vincular y no como pura objetividad que pueda considerarse o no arte. Salvamos con esta distinción las cuestiones de la estética, la belleza, los juicios y prejuicios acerca de a qué se considera arte, enfatizando que los objetos arteterapéuticos son aquello que habilite un trabajo enmarcado en el encuadre y proceso afín. Están entonces atravesados por diversas miradas y percepciones, no son una producción mercantil, sino simbólica en la cual el otro es el protagonista fundamental de la mirada y construcción tanto de su presentación como de su representación. Es decir, lo que sucede y se produce en el proceso arteterapéutico es tanto presencia como re-presentación.

  1. Lo vocacional. 

Los particulares caminos vitales que cada uno hizo, han participado seguramente en nuestra elección profesional. Las fuerzas de lo vivido, sus intensidades y los anhelos, lo que pudo haber quedado pendiente y las necesidades de reparación, conforman una voz, -una sinfonía de voces-, que nos constituye. El llamado de la “vocatio“, la convocatoria del deseo, nos enlaza en la intimidad de esa voz interna, para proceder como arteterapeutas. La vocación es un llamado desde y hacia la intimidad, desde y hacia el deseo, desde y hacia el mundo en el que cada cual vive… Se conjugan allí tanto las atracciones por los objetos artísticos, metafóricos, creativos, expresivos y comunicacionales, como por los sujetos, en su singular manera de vivir el mundo, las relaciones con los otros, su ser en sí. No es por lo tanto un llamado cualquiera; quienes desean el arte, encuentran allí la fuente de los impulsos, motivos, necesidades y nutriciones del alma. Quienes desean acompañar y transformar al otro en su subjetividad a través de la educación o la modificación, la cura o la animación socio cultural, no requieren del arte para ese fin, -más allá de su sensibilidad-, ya que son independientes en su desempeño, de su utilización. Es entonces en la especial y singular conjugación del arte y de la terapia donde encontramos ese llamado de la vocación. Propugna una transformación poderosa, simbólica y única en el vínculo transformador y liberador con un otro, en pos de una apropiación subjetiva a través de los lenguajes artísticos y las complejas relaciones simbólicas que atraviesan el hacer con el placer, el apreciar y el sufrir los mundos que en el arte se crean y recrean, se producen y reproducen. 

  1. ¿Cuáles son sus transformaciones en el recorrido de su aprendizaje? 

Nuestra biografía educativa, artística, afectiva, vincular, intelectual, ha contribuido a transformarnos (¡y seguirá haciéndolo!) en la dialéctica de aquello que traemos como potencia y aquello que hemos vivido a lo largo de los tiempos.

Quizás el recorrido que hemos surcado en nuestro aprendizaje no solo ha sido transformado a lo largo del tiempo, sino que haya sido transformador de nuestra manera misma de recorrer. Muchas veces, las experiencias de aprendizaje dejan profundas huellas en cada cual, que dan sentido a las acciones, las actitudes, ¡a las profesiones! y a las disponibilidades que tenemos para una u otra cosa. 

Transformamos las necesidades en fortalezas, lo callado en expresiones, las encrucijadas, en nuevas salidas.

La riqueza de la multiplicidad, la creación del enorme poder de lo simbólico en la singularidad subjetiva, se conjugan con la empatía con ese otro (nuestro prójimo) y la sensibilidad de las artes, en nuestras capacidades como arteterapeutas.

Saber que el otro es un ser único, nos ubica en la humildad epistemológica necesaria para poder validar su realidad (del griego real y eidos, literalmente, su imagen de lo real). Saber conocer y cuidar el poder transformador de esas imágenes, sonidos, palabras, movimientos -en fin, representaciones de la realidad-, no es posible si no estamos en contacto con las transformaciones que hemos vivido en nuestra propia realidad.

Todos esto interviene en la cuestión de mirar la mirada del otro, de saberse observador y encontrar la multiplicidad de realidades allí. ¿Qué intervenciones hacemos con nuestra mirada? ¿Qué procedimientos hacemos con la mirada que el otro tiene?

Tendremos que trabajar con la disposición actitudinal de ampliar la experiencia del mundo en el encuentro con el otro, ampliando nuestra propia experiencia. Cuantas más aptitudes dispongamos para hallar los caminos de esa ampliación, más posibilidades tendremos de que nuestro trabajo se enriquezca.

La actitud y la aptitud se entrelazan en pos de los cuidados para que las transformaciones sean potenciadoras de lo bueno, para captar las sutilezas con sus enormes significados y para cuidarnos de hasta dónde podemos hacer qué cosa, es decir, el cuidado de nuestro instrumento, nosotros mismos. 

Estar afinados es a nuestro trabajo, la condición anterior para la potencia del proceso arteterapéutico, así como lo es para el músico, que procura que lo que vaya a sonar sea lo más impecable posible.

  1. Sobre la conciencia o su revés: ¿Cómo tratar las oscuridades del arteterapeuta? 

K.Gibrán (2001) dice que “al alba, solo se llega tras el camino de la noche”. ¿Cómo llegar a la luz sino es atravesando las oscuridades? 

En ese proceso de iluminar lo no visible, la paradoja es ver lo invisible para otorgarle un lugar y así, nombrándolo, lo iluminamos, lo visibilizamos. Es como el proceso interminable, indefinible, de hacer conciente lo inconciente. Es en el sentido de la próxima alba, que la noche se hace disfrutable o no tolerable. Y si sólo hubieran albas, inventaríamos las noches para ingresar en el descanso, en la quietud necesaria del reposo.

Evidentemente que, en la medida de poder fluir entre las oscuridades de nuestra propia luz, podremos ver las sombras en la luminosidad del otro, para así acompañarlo en su desafío de des-cubrir lo que mantiene invisibilizadas zonas de su ser y estar. 

De todas maneras también caben las sospechas de que en el máximo de luminosidad hay puntos ciegos a la mirada y en la oscuridad mayor, hay algunas claridades contundentes.

¿Cómo desandamos la conciencia para poder encontrar sus reveses? 

Tejidos de luces que iluminan y otras que encandilan, tramas de oscuridades que guardan secretos u ocultan temores de peligros reales o fantaseados… la conciencia tiene como desafío el de develar los velos que la mantiene en su propio desconocimiento. Valga recordar la frase de Hegel, “la conciencia no tolera el dolor de su propia división” por lo cual, el esfuerzo de ver lo que no se “quiere” ver, es doble.

La claridad la podemos oponer a la confusión y, si nos referimos a la conciencia, la claridad implicará diferenciar estados, discriminar elementos, discernir propiedades. Ver la oscuridad, en este sentido, sería análogo a ver las ataduras que pudiéramos tener y que nos limitaran el movimiento; no es ceguera de la conciencia. Tener la osadía de ingresar en lo poco claro (por las ansiedades que puede movernos) es un acto de fortaleza, la debilidad es, por definición, no habilidad, aquí la de poder sostener lo visible.

El asunto es entonces, cómo obramos entre luces y sombras, dolores y placeres, conflictos y resoluciones, pasados y presentes.

  1. El encuentro con los pares. 

El espíritu del trabajo en equipo es la riqueza en la articulación, el respeto por las diferencias y hasta su necesidad de ellas, la multiplicación de las miradas y la potenciación del hacer, siempre rodeando el fundamento mismo de nuestro trabajo: el otro en su propio proceso de transformación.

Freud (1953) dice en la Introducción:

En la vida anímica individual, aparece integrado siempre, efectivamente, «el otro», como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio, psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado.

Partiendo de esta construcción teórica, la pregunta es ¿cuál es la relación de cada uno de estos lugares internos con el deseo de cada cual? ¿…ser como el otro o parecérsele; tener al otro; hacer para el otro; competir con el otro u oponérsele? 

En el modelo, se pone en juego el ser admirado por otro, en un ideal; 

En el objeto, la posición podría pensarse como desear ser deseado (es el sujeto quien desea al objeto, siendo éste, destino de su deseo), 

En el auxiliar (ayudante) el lugar se posiciona en que pueda realizarse el deseo del otro, algo así como estar al servicio de cumplir el deseo del otro; 

En el adversario el deseo puede estar en desplazarlo a ese otro, quien debe ser considerado rival (a veces es necesario construirlo como tal). 

El encuentro entre pares, tiene como contracara lo que aquí se plantea, donde no hay paridad en los modelos. Maldavsky, intentando ubicar un lugar de propio deseo, plantea como tal, la posición sujeto.

Estamos pensando de qué manera el encuentro con los pares produce una sinergia, una potencia articuladora de crecimiento mutuo, versus el pensamiento en el que un otro puede aparecer como peligro de la propia individualidad. En vez de suponer todos estos lugares -de cierto modo excluyentes- la posición más integradora a construir sería aquella donde ambos coexisten como seres deseantes desde la singularidad de ser sujetos. 

Es la oposición cooperación – competencia, donde ubicamos que esas fuerzas confluyan en una superación, en lugar de restar las energías individuales en pos de sostener el conflicto de poder de cada práctica. 

Así como un árbol en medio de otros, además de tener una individualidad, conforma parte del cuerpodel bosque -donde su ecología supera las particularidades de cada cual y no podría considerárselo aislado-, los que trabajamos con el arteterapia (hablamos del cuerpo del arteterapia), también constituimos una ecología dentro de las prácticas sociales respecto del trabajo con la subjetividad. Pelear entre nosotros por un hipotético poder único, nos confunde, nos debilita, nos impotentiza y nos aleja de nuestro profundo deseo vocacional. 

Si pudiéramos posicionarnos en construir entre todos, en pos de materializar nuestros ideales dejando la lucha por poderes de apropiación, se podría revertir esa energía -de amenaza, a fortaleza- y disponerla para el crecimiento de la práctica en común. Con anteojeras, los caminos parecen reducidos a la restricción de nuestro campo de visión. Si juntos nos proponemos una “lucha” por instituir una práctica social que se inserte en las políticas sociales con los excluidos, que se entrame en las políticas de salud y en las políticas educativas, nos veríamos incluso en la necesidad de procurar más colegas, hermanados por el crecimiento de una ecológica mirada sobre el ser humano en nuestros días, con sus padecimientos, sus aprendizajes, sus necesidades de lazo social. 

Por otra parte, es muy intenso recibir las pasiones transferenciales de los otros que se sienten ayudados, acompañados, mirados en su transformación, o enojados, porque empieza a develarse diferentes motivos de su padecimiento, haciéndonos responsables de un nuevo sufrir, el dolor de ver las ataduras u oscuridades. La apuesta es que, ver estos límites, posibilita la liberación deseada. Tendremos que sostener la tensión del tiempo entre lo hallado y lo buscado, entre lo esperado y la desesperación. 

Quedar solos profesionalmente con este cúmulo de intensidad es no sólo perjudicial para nuestra labor, sino limitante para nuestro crecimiento y amplitud en la visión y el saber que mira nuevos horizontes, en procura de otros mundos que relativizan las limitaciones que nos hacen ver reducido lo que podría ser vasto.

*  *  *

Para una reflexión final, retomo la distinción que hace Lyotard (1993) acerca del saber y del conocimiento. Dice que el saber no se reduce a la ciencia, ni al conocimiento (el cual sería el conjunto de enunciados que denotan o describen objetos, susceptibles de ser declarados verdaderos o falsos). 

Se mezclan en el saber, las ideas de saber-hacer, saber-vivir, saber-oír, excediendo la aplicación de únicos criterios de verdad. Los criterios de sabiduría son tanto los de justicia o dicha (sabiduría ética); belleza (sonora, cromática, en sus sensibilidades auditivas, visuales); verdad; eficiencia (cualificación técnica). Entonces, el saber habilita emitir buenos enunciados tanto denotativos, como prescriptivos o valorativos, permitiendo buenas actuaciones (conocer, decidir, valorar, transformar).

El saber del arteterapeuta es entonces, una disposición al conocer, al cuidado, a las buenas actuaciones (en tanto aquello que potencializa la acción, el hacer, el obrar). También es un saber en compromiso con la verdad, la justicia y las decisiones que, a partir de valores, le permitan en su trabajo, la transformación desde una ética y responsabilidad solidaria con la experiencia humana del otro como único, singular.

Bibliografía

– Baudrillard, Jean: Las estrategias fatales, Anagrama, Barcelona, 1984.

– Deleuze, Gilles: Derrames, Edit. Cactus, Buenos Aires, 2005.

– Diccionario de la Real Academia Española, disponible en  http://www.rae.es/rae.html 

– Freud, Sigmund: Psicología de las masas y análisis del yo, Edit.S. Rueda, Buenos Aires, 1953. 

– Gibrán, Khalil: Arena y espuma. Edit, José J.de Olañeta, España, 2001.

– Guattari, Félix: Las tres ecologías, Pre-Textos, Valencia, 1996.

– Klein, Ricardo: En el camino de la gestalt, Ed. Psicolibro, Buenos Aires, 2011.

– Lyotard, Jean François:  La condición posmoderna, Planeta, Buenos Aires, 1993.

– Maturana Romecín, Humberto: El sentido de lo humano. Ediciones Pedagógicas Chilenas. Santiago de Chile, 1992.

– Mc. Namee, Sheila – Gergen, Keneth J.: La terapia como construcción Social, Paidós, Barcelona, 1994. 

– Foucault, Michel: La hermenéutica del sujeto, Edit. Akal, Madrid, 2005.

– Maldavsky, David: El complejo de edipo positivo: constitución y transformaciones, cap.16. Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1982.

– Morin, Edgar: Los Siete Saberes Para una Educación del Futuro, Nueva Visión, Buenos Aires, 2001.

– Reisin, Alejandro: 

Poéticas del Tiempo, Ed. La nave de los locos, Buenos Aires, 2009. 

– Arteterapia. Semánticas y morfologías, Ed. C.C.Borda,  Bs.As. 2005.

Subjetividad y estrés docente, Ed. de autor, Bs.As. 2002.

– Creatividad, Psiquismo y Complejidad,  Ed. de autor, Bs.As. 2000.